Emprendedores de Almería, Granada y Murcia se alían para restaurar el paisaje durante dos décadas con donaciones de inversores y grandes fortunas extranjeras.
El avance del desierto es silencisoso. Sin apenas testigos, la erosión del suelo en España se come cada año más cultivos y bosques. En las zonas más castigadas, la población huye del campo a la ciudad en busca de futuro y oportunidades. Sin embargo, en uno de los extremos más áridos de Europa -el sudeste interior que comparten Almería, Granada y Murcia- ha surgido un movimiento para revertir esta creciente devastación de la biodiversidad. El territorio es inmenso y abarca un millón de hectáreas (equivale a la superficie de Asturias) repartidas en cinco comarcas.
Esta titánica tarea de agricultores y emprendedores del altiplano nació hace un lustro y tiene por delante al menos otros 15 años. Se trata de impedir ser deglutidos por el desierto, caer víctimas de la despoblación y tornar su paisaje al verde. Su mejor arma: el desarrollo de negocios gracias a fondos de inversores extranjeros y filántropos para fomentar principalmente la agricultura regenerativa, que mima el suelo y multiplica su microbiología y riqueza. Y una bala en la recámara: esa inversión, hoy de 1,3 millones anuales, perdurará al menos hasta 2035, porque el suelo y repintar un postal precisan tiempo.
“Necesitábamos Alvelal [la asociación que aglutina a los emprendedores], esto sí que es agua de mayo”, dice sonriente la ambientóloga Belén Sánchez al pie de La Muela, la emblemática montaña de Vélez Blanco (Almería) en cuya falda acaban de repoblar 50.000 encinas, sabina mora y pino carrasco. Desde Nairobi (Kenia), Tim Christophersen, jefe de la subdivisión de Agua Dulce, Tierra y Clima de ONU Medio Ambiente, exalta: “Este proyecto en España tendrá un impacto masivo que podría incluso alterar el clima local con más agua en el suelo y más evapotranspiración [desde los árboles]”.
A finales de 2014 la ONG holandesa Commonland buscaba una zona en España donde reproducir su modelo de éxito que ya había implementado en Sudáfrica y luego trasladó a Australia. Tras recibir 21 proyectos de transformación ecológica y quedar cuatro finalistas (Valencia, Soria, Doñana y Almería), esta última se llevó el gato al agua. La conservacionista Astrid Vargas, conocida por establecer el programa de cría para la conservación del lince ibérico, hizo la criba para la ONG junto al histórico ecologista andaluz Paco Casero hasta optar por el altiplano almeriense. El movimiento social, que ya había prendido antes en esa provincia andaluza dada la gravedad de la erosión y la despoblación, decantó la balanza. “Había gas y Commonland encendió la llama”, ilustra la ambientóloga Dolores Masegosa.
“Nos fijamos en España porque el Mediterráneo está muy degradado y ya en 2009 los informes de Naciones Unidas alertaban del avance de la deforestación. Buscamos un área como el altiplano, que la gente quisiera transformar y ahora tenemos la mayor restauración del paisaje de Europa”, ensalza Willem Ferwerda, responsable de Commonland. Christophersen ratifica que es el proyecto de mayor extensión en el Viejo Continente, superficie restaurada que China y Etiopía multiplican por mucho. Vargas ilustra sobre los primeros pasos: “Se trataba de empoderar a la gente del campo para que tomase las riendas de su propio destino en una zona degradada y desfavorecida socioeconómicamente».
Estos visionarios del altiplano andaluz y murciano buscan replicar —en el norte y a pequeña escala— La Gran Muralla Verde africana que a lo largo de 5.400 kilómetros y desde hace una década intenta frenar la desertificación desde el Sáhara con un gran bosque de 15 kilómetros de ancho y proyectos de desarrollo rural en el Sahel.
A escasos kilómetros del desierto de Los Colorados y junto al Geoparque del Cuaternario de Granada, los hermanos Francisco y Álvaro Martínez desafían las condiciones extremas con su plantación de hortalizas, almendros y olivos, entre los que hay aromáticas plantadas. “Este es un desierto estepario, con mala leche. Aquí hiela todas las noches y en el suelo hemos medido 80 grados y 30 bajo cero, ese es nuestro lugar de trabajo. Por si fuera poco, después de 20 centímetros ya tenemos roca caliza”, describe Francisco, ingeniero agrónomo.
Para aportar nitrógeno al suelo han plantado gramíneas y leguminosas como cubierta vegetal, perfeccionada durante los últimos siete años para poder prescindir del plástico. En 1998 los hermanos abrazaron la agricultura ecológica y hace una década dieron un paso más hacia la agricultura regenerativa, que se preocupa por la salud del suelo y reduce al mínimo el arado. “Se trata de volver a antes de la revolución industrial en el campo. Mi abuelo y mi padre tenían DDT [pesticida tóxico hoy prohibido] para competir con la naturaleza. No somos tan listos, hace cien años lo hacía todo el mundo”, opina.
Andalucía y Cataluña encabezan la lista de regiones con mayor erosión anual, y la quinta parte de su suelo sufre procesos erosivos altos, con una pérdida superior a 25 toneladas de tierra por hectárea y año, según el Inventario Nacional de Erosión de Suelos de 2017. “Ese suelo que perdemos hoy no es renovable”, alerta Emilio González, experto de la Universidad de Córdoba. La estampa más habitual en el altiplano almeriense y granadino está preñada de miles de almendros, —cuyo fruto vive un auge económico— pero el suelo es cada día más pobre y padece más arrugas profundas, provocadas por las escorrentías de las lluvias torrenciales.
El contenido de materia orgánica en los suelos agrícolas del altiplano oscila entre el 0,38% y el 1,5%, por lo que muchos de ellos no alcanzan la tasa de materia orgánica habitual para el secano, del 1,5%, según datos de la Universidad de Almería. “Estos suelos pierden una media de 1,8 milímetros de espesor al año de la capa más superficial, la más fértil, lo que supone 20 toneladas de tierra por hectárea”, revela Miguel Ángel Gómez, investigador de dicha universidad. En los últimos años las precipitaciones han sido escasas, entre 200 y 400 mm al año.
Al margen de repoblaciones como los 50.000 árboles de La Muela, la particularidad de este cambio de paisaje es su visión holística, que entrelaza los factores en juego: la erosión del suelo, la agricultura regenerativa, la ganadería ecológica, el uso del agua y la despoblación ante la falta de incentivos económicos. Por eso, para atajar que el paisaje se desnude, la inversión se centra en los casos de negocio. Es decir, el dinero se invierte en firmas locales que demuestran que el desarrollo sostenible es el único camino posible. Y la rentabilidad económica es uno de los pegamentos para intentar retener a la población al territorio. Porque llegan nuevos árboles pero se marchan las personas. Vélez-Blanco tenía 7.000 habitantes en 1950; hoy no supera los 2.000 vecinos. La comarca de los Vélez tiene cuatro habitantes por kilómetros cuadrado, una densidad poblacional menor que la de Laponia.
Hoy, en la tierra con la mayor superficie de almendro ecológico del mundo —50.000 hectáreas, como la ciudad de Madrid—, 250 emprendedores, investigadores y espíritus inquietos forman la asociación Alvelal, que recibe los fondos de Commonland y otras entidades como las fundaciones TUI y Leopold Bachmann para desarrollar negocios alternativos y sostenibles, pero sin apenas números rojos. La agricultura regenerativa abarca 8.000 hectáreas y 40 fincas con cultivos leñosos del millón de hectáreas totales, superficie que Alvelal espera duplicar en dos años. “No vas a convencer a un agricultor de que cambie sus cultivos si no son rentables”, expone Elvira Marín, coordinadora de Alvelal. «La agricultura regenerativa en almendros aumenta su valor ecológico para los servicios ecosistémicos entre un 17 y un 28% solo después de un año», ensalza Vincent De Leijster, investigador de la Universidad de Utrecht (Holanda).
El primer negocio ya floreció: la firma Almendrehesa vende su marca Pepita de Oro al mercado de Reino Unido y Alemania. Si la almendra convencional se paga a 4,5 euros el kilo, la ecológica sube a 6,5 euros y Almendrehesa abona a sus productores 7,5 euros el kilo a cambio de los frutos secos más pintones. A punto de brotar están también firmas que comercializarán un aceite de olivos centenarios, aceites esenciales de plantas aromáticas, y vino, miel, cerveza y cordero ecológico. “Alvelal quiere levantar empresas con argumentos sólidos y criterios medioambientales”, resume su presidente, Cristóbal Aránega, empresario de fertilizantes ecológicos con 45 empleados. El agricultor Álvaro Martínez añade: “Con Alvelal sabes que existe más gente, estás arropado”.
A su finca familiar de Murcia regresó Alfonso Chico de Guzmán después de estudiar Administración de Empresas para “experimentar” con cereales, almendros, pistachos y aromáticas. “La agricultura regenerativa ha sido como tener una fábrica de zapatos de 60 años y cambiar de fábrica y de zapatos. Pero era eso o cerrar la fábrica. Y hoy somos 15 personas, cubrimos gastos y con perspectivas de crecer”, relata Chico de Guzmán. El agricultor acoge en su finca La Junquera —de nada menos que 1.000 hectáreas— un campamento de restauración de paisajes al que acuden voluntarios de todo el mundo y una denominada Academia Regenerativa que acoge estudiantes —todos extranjeros hasta ahora— para realizar sus tesis de investigación ligadas a la agricultura. “El paisaje está bastante destrozado pero la gente tiene mucha energía. Si les das un empujoncito llegarán lejos, como un árbol en el desierto necesitado de abono”, resume.
La FAO (Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura) alertó en un informe la semana pasada sobre la pérdida de la biodiversidad en todo el mundo y cómo esta merma amenaza la seguridad alimentaria, con datos de 91 países. Justo el ángulo que ataca Alvelal. “Cuanto más araba la tierra, más plaga había. Cuando dejamos de fumigar, se acabaron las plagas”, explica Miguel Ángel Martínez en su finca de Venta Quemada (Granada).
Para Greenpeace, la restauración del sudeste interior, que abarca 76 municipios, es un ejemplo a seguir. “Lo tocan todo de manera transversal para afrontar retos como el cambio climático, la aniquilación masiva de insectos, y el uso del agua y el suelo”, opina Luis Ferreirín, responsable de agricultura de la organización en España. La Comisión Europea discute ahora la nueva Política Agraria Común (PAC) para 2021-2027, que debería responder al reto de producir alimentos de forma sostenible, recuerda esta ONG. Sin embargo, de momento la nueva PAC carece de visión holística y se limita a apoyar “mejores prácticas agrarias beneficiosas para el clima, incluyendo prácticas agroecológicas”, señalan fuentes comunitarias. Alvelal pidió al Ministerio de Agricultura que España fuera un paso más allá de la agricultura ecológica —que ya lidera— y capitaneara en Europa la certificación de productos procedentes de la agricultura regenerativa. Fuentes del ministerio responden que hoy por hoy “no contemplan” dicha certificación.
“Se puede pensar que hemos descubierto Marte con la agricultura regenerativa, pero antes los agricultores tenían conciencia, eran sabios y aprendían unos de otros. Y eso es lo que nosotros hacemos, recuperar técnicas antiguas que damos a conocer”, dice la enóloga Juana Reche.
¿Amenazas para el proyecto del altiplano? La sobrexplotación de los acuíferos ha tomado fuerza en la zona con plantaciones intensivas de lechugas, verduras que necesitan un riego abundante en la zona donde menos llueve del país. Y las macrogranjas de cerdos intentan expandir su modelo de engorde en diferentes pueblos, aunque algunos Ayuntamientos ya han firmado vetos municipales que las prohíben por la contaminación que acarrean. “El modelo de desarrollo sostenible excluye las granjas con miles de cerdos porque es incompatible con el turismo y el consumo racional del agua. No queremos ser el estercolero de España para esparcir los purines [muy contaminantes, controlados por ley] por el territorio”, opina Francisco Torregrosa, alcalde de Benamaurel (Granada). La colaboración de los Ayuntamientos y Gobiernos regionales (andaluz y murciano) a menudo facilita los proyectos de Alvelal, pero sin aportar fondos.
Otro peligro atenaza el futuro de la asociación, este mucho más sutil. “Hoy hay una estructura porque hay dinero. Si no reina el compromiso, decaerá cuando ya no haya dinero”, alerta Paco Casero. “Alvelal debe estar implicada en el territorio, porque de otra manera no se crea la base social que necesita el compromiso del día a día. Y una experiencia como esta no puede ser un fracaso, por eso las cosas tienen que ser muy claras”. Esta primavera parte de la directiva de la asociación, incluido su presidente, dimitirá para propiciar el relevo en la cúpula.
“¿Quiénes somos? No somos un sindicato, ni un movimiento ecologista, ni los de la tractorada, ni los de la defensa del agua, ni los del antiporcino. Nuestra herramienta son los casos de negocio (…) Costó trabajo definirnos”, concluye con ironía Aránega.
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